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martes, 17 de marzo de 2015

El reto de la democracia interna en los partidos

Artículo originalmente publicado en La Verdad de Murcia el 17 de marzo de 2015.

Los partidos son microsistemas políticos que reproducen dinámicas ya existentes en la sociedad en un ambiente particularmente competitivo y emocional. En los inicios de la democracia moderna, los partidos de masas estaban orientados a conseguir que se cumpliesen programas electorales muy ideologizados. A partir de la segunda mitad del siglo pasado y con el final de la Guerra Fría, las diferencias programáticas entre los partidos occidentales se fueron desdibujando hasta casi desaparecer y, hoy día, el objetivo primordial de estas organizaciones es conseguir el máximo de votos y de cargos públicos, gracias a los cuales obtienen financiación estatal con la que garantizan su propia supervivencia. 

Los partidos compiten entre ellos pero la lucha también se produce en su interior, por lo que muchas veces el peor enemigo se encuentra “en casa”. Los partidos españoles tienen un mandato constitucional según el cual deben funcionar democráticamente para corresponder con el papel crucial que juegan como enlace entre los ciudadanos y las instituciones. Sin embargo, tener los votos y los cargos como prioridad choca frecuentemente con el principio de que el funcionamiento democrático sea un fin en sí mismo. La cuestión se complica aún más cuando los partidos están divididos y distintos grupos o facciones buscan puestos, no para el partido en conjunto, sino para ellos mismos. El ansia de poder lleva a muchos a defender aquello de que el fin justifica los medios y, en consecuencia, alteran cuando pueden los procesos de toma de decisiones. 

Cada vez se cuestionan más las prácticas oligárquicas de los partidos, según las cuales pequeños grupos de poderosos deciden por el resto de miembros. La selección de cargos internos y de candidatos mediante primarias es uno de los métodos ideados para dar más protagonismo a los militantes e incentivar la afiliación. Sin embargo, las primarias por sí solas no garantizan mejores resultados ya que la democracia no es sólo una cuestión de cantidad sino también de calidad de la participación. Son una buena medida pero también son manipulables, como el resto de procedimientos. Además, las primarias han demostrado producir en ocasiones dualidades o bicefalias en la legitimidad a la hora de representar al partido, en las que no se tiene claro quién personifica verdaderamente el interés general. 

Los recientes casos de Tomás Gómez en Madrid y de Pedro López en Murcia, candidatos resultantes de primarias y “deseleccionados” por el aparato del partido, son dos buenos ejemplos de esa paradoja. Tanto los candidatos como los del aparato han sido elegidos por los afiliados pero han demostrado ser incompatibles los unos con los otros. Ya pasó con Almunia y Borrell en los noventa, también en el PSOE. Pero todos los partidos, incluso Podemos –donde la participación de mucha gente no ha evitado una excesiva concentración de poder en el líder- deben revisar sus procesos internos si quieren cumplir con lo que prometen. El punto de partida es erradicar de nuestra política los “dedazos”, sistema por el cual Fraga eligió a Aznar y este designó a Rajoy, pero que no es exclusivo del PP ni mucho menos. 

No hay siglas a las que beneficie electoralmente que se cuestione su democracia intrapartidista en un momento en el que la opinión pública se ha vuelto más exigente ante los evidentes perjuicios que para la sociedad suponen malas prácticas como son la corrupción, el amiguismo o el narcisismo. Con campañas de marketing y nuevas promesas no se hará olvidar los numerosos despropósitos que hemos presenciado últimamente, por lo que el discurso de la democracia en los partidos debe ir acompañado de actuaciones transformadoras que demuestren que se ejerce y se respeta hasta sus últimas consecuencias. Sin duda, es un reto necesario.

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